Ica es tierra fértil en parrales de uvas y brujas. En el caserío de Cachiche, entre palmeras y huarangales, tienen su escondrijo los curanderos y los adivinos, seres dotados de poderes para aliviar los males, realizar maleficios o escrutar presagios, ocultos en los naipes o en la ceniza ardiendo de los cigarrillos. No faltan los hechiceros que exorcizan los espíritus del mal, introducidos en el cuerpo por un descuido del amor; los rezadores que devuelven la paz al sentimiento con sus salmos, murmurados al oscurecer para dar más consuelo, en medio del conciliábulo de las sombras. Buena es la noche para espantar las malas artes del maligno.

La memoria popular cuenta que la tierra alumbra viñas regadas con la humedad de la «llorona», (da vino de los mejores), alma en pena que peregrina en soledad, bebiéndose la sed de los parajes marchitos.

Hasta hoy se puede oir, surgiendo de los matorrales, los cuchicheos de la «viuda lastimera», tentación de mujer que busca varón entre los pobladores de Cachiche, empecinada en hacerlo conocer las calenturas del infierno y los deleites en frío del paraíso.

Aquí se ha convocado a las brujas buenas de Cachiche, las más codiciadas por su belleza y su bondad. Bajo su tutela nos curaremos del «daño», de los sofocos del amor, del «mal de ojo», del «mal del susto», de las enfermedades del cuerpo y del alma, sólo con el sortilegio excitante de una cocina celestial y terrestre.


Arturo Corcuera
Poeta


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